DIRECTOR: Cristino Bogado CONSEJO EDITORIAL: Montserrat Álvarez, Carlos Bazzano, Alexis Álvarez, Edgar Cazal, María Eugenia Ayala Dirección: Brasil 353 Asunción-Paraguay E-mail: jakembo@gmail.com Fono:0981-288124

26 diciembre, 2006

El poder en el no-lugar


Título: El poder en el no lugar. Reflexiones sobre el uso del poder en la vida cotidiana.

Autor: Francisco Franco Gauto

Colección de ensayos "Bestias-oráculos", número 1


Los derechos reservados para esta edición,
Jakembó editores
y
Helvetas Paraguay
2006

151 pp.

ISNN: 99925-46-84-0

Prize: 7 dólares

Lugar de lanzamiento: Pub La Viola, sábado 30 diciembre, 2006, 19:30 horas
(penúltima día del año)

05 diciembre, 2006

Pensar en la Latinoamérica abre colección "Fuera de la grey"











Obra: Pensar en Latinoamérica

Autor: VV.AA.

Colección de textos colectivos "Fuera de la Grey"

Derechos reservados para esta edición de
Jakembó editores,
2006
y de Colegio de Investigaciones Filosóficas

Al cuidado de los compiladores:
Antonio Tudela Sancho-Jorge M. Benítez Martínez

Portada:
Carl Friedrich von Martius, Brasilianische Landschaft, 1850

310 pp.

ISBN: 99925-46-82-4


Prize: 7 dólares

Lugar de lanzamiento:
Biblioteca "Augusto Roa Bastos", Manzana de la Rivera, 15-XII-2006

11 octubre, 2006

Fragmento de "Solo"

A lo primero que se llega en la soledad es a ajustar cuentas consigo mismo y con el pasado. Ese es un largo trabajo, y es una autoeducación para vencerse a sí mismo. Pero el estudio más grato es el de conocerse a sí mismo, si es que esto es posible. Uno debe usar de vez en cuando el espejo, en especial el espejo de la nuca, porque de otra manera, uno no puede conocer el aspecto de su espalda.
El ajuste de cuentas comenzó hace diez años, cuando conocí a Balzac. Durante la lectura de sus cincuenta volúmenes, no noté lo que sucedía en mi interior hasta que llegué a la meta. Entonces me había encontrado a mí mismo, y pude hacer la síntesis de todas las hasta entonces antítesis no resueltas. Además, viendo a los hombres con el binóculo de Balzac, había aprendido a presenciar la vida con ambos ojos, mientras antes había visto por el monóculo, con un solo ojo. Y él, el gran mago, no solamente me había brindado cierta resignación, una entrega al destino o la providencia que me libró de dolores de la peor especie, sino que además me había transmitido una suerte de religión que yo quisiera llamar cristianismo sin confesión. Durante el viaje de la mano guiadora de Balzac, a través de su comedia humana, allí donde conocí a cuatro mil personajes (¡un alemán los ha contado!) me pareció que estaba viviendo otra vida, más grande y rica que la mía propia, de modo que al final me pareció que había vivido dos vidas. De su mundo obtuve un nuevo punto de vista sobre el mío; y luego de recaídas y crisis, me detuve finalmente en una especie de reconciliación con el sufrimiento, mientras al mismo tiempo descubría cómo la pena y el dolor parecían quemar las basuras del alma, afinaban los instintos y sentimientos y también le brindaban más destreza al alma liberada del cuerpo sufriente. Desde entonces he tomado la cal amarga de la vida como medicina, y he considerado que mi deber era sufrirlo todo: ¡todo menos la humillación y el cautiverio!
Pero la soledad, al mismo tiempo, lo hace a uno frágil; y mientras antes, a través de la brutalidad me armaba contra el sufrimiento, ahora me he vuelto más sensible por los dolores ajenos, me he hecho presa de las influencias exteriores, aunque no de las malas. Estas últimas tan sólo me atemorizan y me hacen retirar. Y es entonces cuando busco las caminatas solitarias, en las que me encuentro sólo a gente insignificante que no me conoce. Tengo un camino especial que llamo via dolorosa, que empleo cuando los tiempos se ponen más oscuros que de costumbre. Es la frontera última de la ciudad al norte, y consiste en una avenida de una sola vía, con una línea de casas de un lado y un bosque del otro. Para llegar hasta allí debo tomar una pequeña transversal, que me atrae especialmente sin que yo pueda decir por qué. La angosta calle es dominada en el fondo por una gran iglesia, que eleva y ensombrece al mismo tiempo, sin seducir, porque jamás voy a la iglesia, aunque… no sé. Allí abajo, a la derecha hay una parroquia, donde he tenido que leer una amonestación, hace tiempo. Pero aquí arriba, en el norte, hay una casa, justo donde la calle desemboca en la pradera. Es grande como un castillo; está en la última falda de la colina y tiene una vista hacia las entradas del mar. Durante muchos años mis pensamientos se han ocupado de esta casa. He deseado vivir allí, me he imaginado que vive allí alguien que ha tenido influencia en mi destino o lo está teniendo ahora. Veo esa casa desde mi vivienda y la miro todos los días, cuando el sol brilla sobre ella o cuando las luces se encienden en su interior, por las noches. Mientras tanto, cuando paso junto a ella, hay una participación amable que me es comunicada, y yo espero que un día pueda entrar y encontrar allí la paz.
De modo que camino por la avenida, en la cual confluyen muchas transversales: y cada calle despierta un recuerdo de mi pasado. Como me encuentro en una alta loma, las calles bajan, pero algunas de ellas forman al principio una panza, forman una corta cuesta que se parece al globo terrestre. Cuando estoy en la vereda de la avenida y veo a una persona venir de la parte delantera de la cuesta, se ve primero una cabeza que surge del suelo, luego los hombros y al final el cuerpo entero. Todo esto se desarrolla en medio minuto y parece algo muy misterioso.
Miro hacia abajo en cada transversal; las calles dan hacia la lejanía del sur del país, hacia el Castillo o hacia la «ciudad entre puentes». Y al mismo tiempo se entrometen distintos recuerdos. Allí abajo, en el fondo de ese caño curvado que se llama calle X hay una casa, en la cual yo, hace ya treinta años, entraba y salía mientras se tensaba la red de mi destino… Enfrente hay otra casa en la que estuve hace veinte años en una situación similar, pero invertida, y por eso doblemente dolorosa. Allí abajo, en la calle siguiente viví un tiempo que para la vida de otras personas suele ser el más bello. También fue así para mí, pero al mismo tiempo fue el más desagradable; y el barniz de los años no pudo hacer desaparecer lo hermoso, pero lo feo cubre la pizca de belleza que tuvo. Los cuadros cambian con los años y los colores se transforman, aunque no para bien; en especial, el blanco tiene una tendencia a volverse amarillo sucio. Los lectores opinan que así debe ser, porque en el momento del gran adiós, es mejor que nada se nos haga querido, para que tomemos nuestro camino contentos de dar la espalda a todo.
Cuando avancé por la avenida, apenas pasé junto a las grandes casas nuevas, éstas empezaron muy pronto a desaparecer. Surgían en la luz las protuberancias de los cerros; allí se extendía una plantación de tabaco; más allá, tras la curva de un callejón, un matadero rural. Allí hay un granero de tabaco que recuerdo de 1859, porque en él acostumbraba jugar. En una cabaña que ya no existe vivía por cierto una criada, que antes había sido nodriza en casa de mis padres… y desde ese techo cayó al suelo su hijo de ocho años y se dio un buen golpe. Acostumbrábamos a venir aquí para ayudar a la criada en las grandes limpiezas de Pascuas y Navidad… y yo, si podía evitarlo, no tomaba estos callejones cuando iba al colegio, para evitar Drottningatan. Por aquí se veían árboles y arbustos florecidos: las vacas pastaban y las gallinas picoteaban; ¡esto era parte de la campiña por aquellos días!... ¡Y entonces me hundí en los tiempos pasados y en la horrible infancia, cuando la ignota vida se abría y atemorizaba, y todo apretaba y oprimía!... Me basta tan sólo con volver sobre mis pasos para dejar todo esto a mis espaldas otra vez; y eso hago, pero aun alcanzo a ver las copas de los tilos en la lejanía, en la larga calle de mi infancia, y las nubosas siluetas de los pinos a lo lejos, sobre el cementerio de la ciudad.
He vuelto la espalda a todo eso, y he mirado avenida abajo, con el sol matinal a la distancia, sobre colinas azuladas, hacia la costa, y entonces me he olvidado en un segundo de toda mi infancia, que se halla tan entrelazada con la de otros, que no son la mía; así, mi vida comienza allá lejos, junto al mar.
Esa esquina junto al granero de tabaco me produce temor; pero a veces me seduce maravillosamente, como todo lo que es doloroso. Es como andar mirando animales salvajes en cautiverio, que no se nos pueden acercar. Y ese placer del instante, cuando vuelvo mis pasos y doy la espalda a todo es tan intenso, que a veces me lo permito. En ese instante, dejo atrás treinta y tres años de tiempo, y me alegro de estar donde estoy. Además, desde niño siempre tuve el deseo de «envejecer». Y creo que tuve entonces un presentimiento de lo que me esperaba, cosa que ahora me parece que fue inevitable y decidido de antemano. ¡Mi vida no pudo ser diferente! Cuando Minerva y Venus me encontraron, junto al borde de mi juventud, de nada servía elegir, sino que tuve que seguir a ambas, de la mano, como hemos hecho todos, y tal vez así debía ser.
Cuando avanzo, con el sol en el rostro, llego pronto a un bosque de abetos, a mi izquierda. Allí, recuerdo, anduve hace veinte años y vi la ciudad debajo de mí. Por ese entonces era yo un paria, la oveja negra, y así fue que profané misterios como el de Alcibíades mientras que al mismo tiempo derribaba las estatuas de los dioses. Recuerdo que todo lo sentía como un desierto, porque me parecía no tener ni un amigo; allá abajo, la ciudad entera yacía como un ejército apostado contra mí, y yo veía a los comandantes, oía las campanas de guerra y sabía que me sitiarían por hambre. Ahora sé que tenía razón, pero el error fue gozar con placer de espectador del incendio que inicié. ¡Si hubiese tenido una chispa de compasión por las almas que herí! ¡Más de una vez! ¡Pero era mucho pedirle eso a un hombre que no había experimentado ninguna comunión con los otros!
Y ahora viene a mi memoria mi paso por el bosque como algo grande y solemne; y el hecho de que no haya sucumbido entonces, no quiero atribuirlo a mis propias fuerzas, porque en eso no creo.

Fragmento de Solo (Ensam), Jakembó editores, 2006, Asunción, Paraguay, 26-30 pp.

10 octubre, 2006

"Solo" de August Strindberg




Autor: August Strindberg

Titulo: Solo

©2006
título original: Ensam
Editorial Albert Bonniers, Estocolmo, 1903
Traducción directa del sueco: Roberto Mascaró
Tapa: kurupicho/Vicente
Collage con la tapa original de la edición de sueca de 1903 y

de un grabado Miguela Vera de la serie "Tupä mita mí"

(Los niñitos de Dios), 1979

ISBN: 99925-46-78-6
Jakembo Editores
Orihuela 1749
Asunción-Paraguay
E-mail:jakembo@gmail.com

Fono: 0981-288124

Volumen 1 Colección «70 traidores»

Precio: 7 dólares

Fecha de lanzamiento: A confirmar

19 septiembre, 2006

Luque recibió a Jakembo para 'abrir' "Café Kafka"


Así se veía el pasado jueves 14/9 la mesa de presentación de "Café Kafka". Se refirieron al libro la escritora Montserrat Álvarez y el editor Cristino Bogado.
La universidad Autónoma de Luque se encorbató en la ocasión para rebicir el libro de Diana Viveros.
Chester Swann preparó un sutil velo musical apelando a la tecnología y Blas Brítez prometió su texto para este blog.

13 septiembre, 2006

Un cuento de "Café kafka"


CONTEMPLACIÓN DE LA MUDANZA

Hoy la veo partir y ella ni siquiera repara en mí, igual que si fuera niebla, igual que si fuera nada. Plantada allí frente a los portones de la casa, orienta a los ayudantes, dándoles instrucciones acerca del cuidado con que debe cargarse el juego de vajillas o el retrato pintado de los padres. Por la alegría que irradia a través de su fresca boca se nota a leguas el entusiasmo que la embriaga. El perfume que despiden sus poros llega hasta mí y me transporta a lo más bello del pasado juntos. Está feliz, muy feliz. Le place la sola idea de iniciar una nueva vida... ¿Y a quién no? Todos tenemos derecho a buscar la tierra que destila leche y miel... Y a pesar de saberla tan dichosa y a un paso de enterrar los recuerdos dolorosos que le han provocado horas de fiebre y angustia, de llanto e impotencia, yo no puedo repeler la depresión. Yolanda se marcha y se lleva consigo a nuestra pequeña hija. Porque esa criatura de cera, envuelta en lienzos y rosas, como una imagen a la que se debe adorar, es mi hija. El médico lo sabe asimismo: la niña no es de su sangre. El médico sacrificó su orgullo varonil por amor. Se tragó la humillación de cargar con la responsabilidad de otro. ¿Tanto así ama a Yolanda?... Sin embargo, me pregunto qué locura no se hará en nombre de ella. ¿Quién, si se lo pide, no se arrojaría al fuego sólo por complacerla? ¡Ay, yo hubiera sido capaz de eso y más! Nadie alcanzaría a medir en su real dimensión todo lo que estaría dispuesto a hacer u omitir por ella, por una de sus miradas límpidas, azules, por una de sus caricias dulces, por un chasquido soberbio de sus dedos, por un capricho cualquiera. Es tan hermosa, tan alegre. ¡Quién pudiera resistírsele! Soy esclavo de las ondas de cabello que se deslizan por su nuca; de sus blancas, aterciopeladas manos, de esos dedos extensos que no encuentran reposo ni oasis, pues están aquí y ahora allá, cual diminutos nómadas trazando piruetas en el aire. ¡Ay, si tan sólo se dignara a mirarme! Los espejos de su alma son de una ambigüedad sin competencia; inconstantes, cambian de expresión con la rapidez del parpadeo: ora arrogantes e impenetrables, ora melancólicos, sobre todo cuando le acometen a su dueña recuerdos de escenas turbias y llenándose de lágrimas, ésta corre al abrazo del hombre que la rescató del infierno. ¡Si pudiera al menos darse cuenta de que existo! Le hubiera ofrecido el aliento que en ese entonces necesitaba, ya que el tormento estuvo a punto de obligarle a trasponer las fronteras de la razón... Pero no, yo no estaba ahí cuando sufrió el ataque del agresor... ¡Yo no estaba ahí para salvaguardar su decoro! ¡Ay, ay! ¡Qué rabia tan honda! Una joven pura en garras de un criminal cualquiera que le arrebató su castidad cruelmente. ¿Cabe en el mundo tanta maldad? Y ahora, para empezar de cero, Yolanda se va al sur y no repara en este limosnero de su amor sentado en la vereda frente a la que hasta hoy constituye su morada. Tal vez ni me reconoce ya, en medio de tanta barba y mugre. Pero hubo un tiempo en que nos saludábamos y a veces hasta me sonreía. ¡Ah, épocas aquellas! Ambos íbamos al mismo colegio, entrábamos en el mismo salón. Bastó una esporádica sonrisa dedicada a mí para que surtiera efecto el hechizo latente que significaba su sola presencia. Nunca le dije nada, por lo que hasta hoy ignoro si ella intuía al menos la mitad de emociones que despertaba en mí con sólo evocarla. Yolanda dominaba mis noches adolescentes, tejía mis sueños plácidos, inhibía y ensanchaba mi apetito y se constituía en mi fortaleza, mi escudo y mi cruz. Amanecía imaginando cómo llevaría los cabellos de trigo esa mañana y me acostaba con todos los detalles de su respiración, sus pestañas, su caminar insinuante y hasta sus gestos habituales, como esa leve inclinación de sus labios al hablar o esa manía de buscar palabras en la improvisación con los ojos en lo alto, ni más ni menos que si estuviera leyendo algo en el techo o en las nubes. Vivía al pendiente de ella, pero como si estuviera dentro de una burbuja o de una partícula de polvo que la rodeaba gravitando imperceptible en la atmósfera, ya que Yolanda ni se percataba de mi existencia, pues nunca fui digno de su atención. Me bastaba tenerla a mi lado, enumerar los lunares de su mejilla, celebrar sus contornos gráciles a través del uniforme colegial e imaginar todo cuanto fuera vedado para los simples mortales... sentía entonces la misma pasión que hoy, el mismo arrebato, con la misma intensidad. ¡Ah, si tan sólo hubiera sido diferente la noche de nuestro encuentro! Toda la ciudad lo sabe; la prensa propició el eco: la estudiante deshonrada por un desconocido en la noche de su fiesta de graduación –fiesta en la que, por cierto, no participé por mi condición de ermitaño y por carecer de un frac y de modales de salón–. Jamás supieron del responsable de aquel ataque, jamás llegaron siquiera a atisbos de certeza, pese a que todos los asistentes se constituyeron en sospechosos. Nadie en absoluto contempló la posibilidad de que el indidviduo en cuestión pudo haberse trepado los muros del club social y escondido entre los arbustos del prolijo jardín pudo haber esperado pacientemente a que la bella joven apareciera de pronto, obedeciendo a una voluntad macabra, y que ya las luces de neón, ya el ruido de la orquesta terminaran agotando de tal modo su energía que le acometiera un inesperado desmayo, situación aprovechada por el pervertido que se apropió de su tesoro de mujer. Intervino la policía y se puso a escarbar en busca de pistas que no llegaron a ninguna conclusión. Los diarios y los noticieros hablaron durante semanas del misterio que rodeaba al caso. Nueve meses después nacía una niña del vientre de Yolanda, quien demostró un coraje inusitado al decidir quedarse con el producto final de aquella circunstancia trascendental...
¡Ah, ella lo es todo para mí, no me caben dudas! Y ahora se me escurre entre las manos, se desliza, desaparece para siempre: está radiante impartiendo órdenes a los ayudantes, señalando dónde irá cada mueble dentro del camión de la mudanza. El perfume que lleva parece que la hace levitar, pues sus pies no hollan la tierra, se elevan con alas invisibles. Y allí está también mi niña acunada en ungüentos y algodón, fruto de aquella feliz pesadilla, resultado de aquella noche de doloroso placer. ¿Qué puedo hacer para frenar esto que terminará por desquebrajarme?... El médico es buena persona, lo sé. Cuidará de ellas y será un esposo fiel, comprensivo, un padre ejemplar. Mientras, seguirán acumulándose cenizas en mi mirada, seguirán las costras conquistando territorios en mi piel y la dura lepra avanzará al mismo ritmo que la frustración. Seguiré comiendo arena y cal, llorando por ellas, antorchas de mi vida, mi brújula, mis peldaños. Seguiré, sí, llorando por ellas eternamente, aunque nadie lo sepa nunca e incluso lo sospeche siquiera. No me queda de otra: viviré como único portador de la respuesta al enigma alentado por la prensa, pues entre la indiferencia y el odio de Yolanda, yo, por lo menos, cien veces prefiero lo primero.

12 septiembre, 2006

Libro VII: Café kafka













Obra: Café Kafka

Autor: Diana Viveros Martínez

Jakembo editores
Colección Ñe’ërei 2 (narrativa)

Fecha de lanzamiento: Jueves 14 de setiembre de 2006
Lugar: Luque, Paraguay
Prólogo: la autora
Dibujo de tapa: «Café Kafka» de Charles da Ponte
Art Design: Juan Heilborn y Carlos Invernizzi
ISBN: 99925-46-75-1
Precio: 5 dólares

21 julio, 2006

Libro VI: La conspiración de los ginecólogos



Obra: La conspiración d elos ginecólogos
Autor: Jorge Kanese

Jakembo Editores
Colección Theis Moira 5 (poesía)

Fecha de lanzamiento: 28 de febreo 2006
Lugar: Asuncion, paraguay
Prólogo: Montserrat Alvarez y Cristino Bogado
Dibujo de tapa: Montserrat sobre tapa de vinilo de "Atrocities" (1990), de la banda Christian Death
Art Design: Kurupicho
ISBN: 9925-46-60-3
Precio: 5 dólares




Bombachita kunu´ü. Agacháte nena linda, agacháte che mamá, a ver si poro-al-descuido ta-ma´ëmi nde tatú. Takoari ñamanone, tamanomi che-kambá. Bombachita-a-motare amanoseté, ahechane hakure nde cuarto-ipyguiolado. Por siempre-ngo a consentí (vyroreí de las vyrezas), ahëtusé de las cortezas, ykere nde tatu´i. Maiteí cheve: peteí, la cabecita amoïro, el resto tembo-reí. Bombachita kunu´u, koanga añepyrü el baile con insistencia: anichéne la pendencia... che intrumento nderaihú. Las chifladuras tienen sus cosas, su mate amargo, su tereré lavado. ¿Erótica häu? Juro que me alzaré en enero. La concha del jabalí rompió el condón rutilante. Pobre tipo chera´a comentó Engelberta, la que siempre anduvo (obviamente) con la concha abierta.

Última cena. ¡Corten carajo! Ketchup. Moral. Hipocondría. Chau amigos, amigotes, cantantes, merodeadores. Nosotros somos lo(s) que somos. Somos la trampa y el vaivén. El trampolín después de todo. El cadáver putrefacto que se murió cogiendo. Chau morochos mocosos. Mulatas del porvenir. Angelitos traviesos. Y más allá de los cuerpos: un saludito a los curas y a los santos, a las putas y los pretendidos poetas. Que os coma el cuco. Que os arrulle el huracán. La última etiqueta. Este es mi cuerpo. Y es tu vino. Otro saludito último-pahagué a los monos, a las feas y a los maricas de toda laya, porque ellos (con toda seguridad) no entrarán jamás en el reino de los muertos. Idiotas solemnes: son inmortales. A todos vosotros pues: chau-ché, hasta jamás de los jamases, porque aunque procuréis como tarados no llegaréis a entender ni así de nuestro (maldito) idioma. Peikatunte anga chetelefoneáke, terapa emo´i ne-mensaje kontestador automátikope, ikatu uperö (anga che tiempope) porodevolveta la llanada katueteí. Cherenóike. Ani peneresarái. Terata-pa eiké-katu nderevikuaitépe peë añaraköpeguaré-partida. Poro´u-laya. ¡Vairos! Que ni pintados para prometer amores y revueltas que nunca cumpliréis. Epytá upépe. ¡Atrás!

Protréptico para el reino de la Nada

Una trilogía inversa, inversa desde el punto de vista del orden cronológico del mundo de la vigilia, obedece, sin embargo, al orden (o al “desorden”) de otro mundo paralelo a éste y al que la luz diurna suele borrar. Ajeno al espacio temporal rectilíneo de la lógica de lo “real”, de la Historia (“aquí empieza, o aquí termina, esto o aquello”), de la Cau-salidad (y, por ende, del Pecado y de su expiación o su castigo: “a esto te han conducido tus acciones”), de los Si-logismos (“de esto, pues, se sigue necesariamente esto otro”, etcétera), de las Teleologías (y, en consecuencia, de todo pensamiento soteriológico, y también, en el fondo, de todas las promesas de redención, sobrenaturales o mundanas), el otro tiempo del sueño y del inconsciente gobierna la “inver-sión” de esta trilogía. La más moderna de las oniromancias, que es la psicoanalítica, descubre (como, por otra parte, todas las oniromancias lo hicieron siempre, desde el bíblico relato de José, y aun desde antes, sin duda, las más antiguas) el contenido latente debajo de lo patente, el relato escondido detrás del manifiesto. Esta inversión con la que Jorge Kanese (“Jorge K.”, o “K.”, pues, kafkianamente) subvierte el verifi-cable orden fáctico que ha gobernado en la “realidad” su escritura y su historia cuestiona ese orden al explicitar más hondas estructuras: las del —inverificable— tiempo sin tiem-po, las del tiempo otro de lo impensado. Así pues, en el sen-tido más propio (¿más radical?) del término: un libro subver-sivo. Siendo una trilogía inversa que sigue el orden del dis-curso onírico, comencemos por Halcones rosados, donde una voz perora sus alucinaciones apocalípticas (como Empédocles antes de lanzarse a las llamas del Etna) en la atmósfera de pesadilla de las microfonías, los zumbidos, los efectos Larsen, las oscilaciones de ondas de radio cabalgando tormentas en su viraje cósmico (o de cambio de ciclo, acaso), la voz quizá de uno de los “Carlos”, pero ahora demente, que declara un coup d’etat a la realidad... Los Halcones[1] no son aquellos, que nos fastidian desde 1961, denunciados por el anarco-capitalista Antonio Escohotado, sino una panda de granujas erigidos en decadentes inteligentes que toma su nomenclatura de gran guiñol de una supuesta enciclopedia tardomedieval ñembo borgiana que registra esta especie de falcónidos que por un exceso de fecundidad, para mayor gloria de la superación dar-winiana, termina desapareciendo: su propia vitalidad, para-dójicamente, los mata. Su rareza, su “queeridad”, si se nos permite el neologismo anglicizante, es más caricaturesca que literal, pero idónea, en todo caso, para practicar, con arte, todos los excesos propios de ciertas sectas heterodoxas ―co-mo la de los jlysty, famosos por haber servido de humus a la carrera falocrática de gente como Rasputín―. El dramatismo y la paradoja del radical viraje del mundo (el fin del stro-nismo) sorprendiéndolos vocingleros y pedantes en un burdel evoca la intensidad extravagante de los ambientes eslavos (recordemos que Kanese tiene sangre rusa), desde Dostoievski hasta el Underground de Kusturica. El poema se extiende so-bre, o se pierde entre, el híbrido ruido de fondo de un jopara que exhibe los dos genitales del hermafrodita (ideal) para-guayo. Del poeta paraguayo: primer genital, el español (fáli-co, agnativo, señorial) y, segundo genital, el guaraní (matri-
cio, cognativo, yanaconizado). Los tiempos finales se visten con la terrible alegría de la desesperación, con el paroxismo triste y jovial de la fiesta, como en Kusturica, en un éxtasis al mismo tiempo de misticismo y lujuria. Pero Kusturica en el fondo juega a veces demasiado con un realismo mágico algo tópico que quiere obnubilar y destensar por medio del asom-bro carcajeante, mientras que esta voz hermafrodita nos con-duce hacia aires más abismales y mefíticos. ¿Finis Austriae? Tibio. ¿Apocalipsis feliz? Tibio aún. ¿Petrogrado (esa San Pe-tersburgo eslavófila) antes de la revolución bolchevique? El predicador alucinado del burdel no es Rasputín, sino el Gor-do. Lanzando insistentemente sus “sopapos espirituales”, co-mo él los llama. Despertando a la revelación del comienzo del fin como un profeta o un iluminado, como un iracundo starec con un lupanar a manera de ermita o de PC proselitista para perifonear sus verdades. Esnifando sus dos últimas líneas ra-quíticas de merca, chupando su whiskey mau, culeando niñas destinadas a la virginidad, todo su cuerpo verbal tiembla con la epilepsia de los oradores semibestiales de la época pasada, del ancienne régime stronista. Su vulgaridad y su argelería acercan por momentos a este Gordo a otros célebres obesos de nuestra pequeña y reiterativa historia. Pero lo suyo es liderar una estrategia para fines infinitos Quebrar letras y palabras para “apenas” dejar un mensaje. Un simple y clásico protrép-tico[1], no para políticos y gobernantes que sueñen con utopías y reformas, con islas puras e incontaminadas ―Nueva Creta, Pala, Zardoz, la Polis platónica, San Ignacio Guasu, etc.―, sino para el jefe del reino llamado Nada.
La segunda sesión de análisis, psico-poë-analítico, es El Xamán Xapucero. Han sido remontados la exhortación fu-ribunda, el énfasis vehemente, el rotundo patoterismo verbal. El falansterio-burdel y su santón-proxeneta han dejado lugar al brujo conservador. El Gordo enajenado cede el paso al Xa-mán Xapucero; la secta de los Halcones, a un linaje estéril y en peligro de extinción. Ciertamente, el chamanismo tuvo su origen un poco más al este que la Santa Rusia. Su lenguaje puede ser japucero o japulo, pero no chapucero. Su arte para curar o salvar no es una mentira, pero puede ser, en cambio, torpe, impotente, “chapucero”. Su mensaje es más modesto, menos “grosso”, menos imponentemente gordo. Se limita a insinuar que el mal ha muerto (lo que está en todas partes no está en verdad en ninguna) y que, por ende, es imposible ya encabezar revoluciones sangrientas, trastrocamientos radica-les de la gramática, cumplir, en suma, con la misión heredi-taria del chamán. Que sólo podemos ahora chapucear en el chapurreo del jehe’a del jopara nuestro de cada día. Mal de la lengua que lo invade todo, como un virus borrougsiano, desde los experimentos de vanguardia hasta las bromas inofensivas pero rentables de los mass-media ―véanse los periódicos y su monótono y necio cuchicheo salmodiado como mantra auto-complaciente para demostrarse que sí, que son un poder, aun-que se trate solamente del cuarto―. Incluso el poder ejecutivo lo esgrime como un slapstick chaplinesco en sus puestas en escena ―siempre chapuceras― cotidianamente.
La conspiración de los ginecólogos es el punto final de la inmersión oniromántica, fin que sin embargo, de algún modo, es también el comienzo. (“Lo primero por lo último”, dirían los griegos, “ústeron próteron”). El fin, porque hay un regreso a lo colectivo, al imperativo del “hacer juntos”, a la desconfianza frente a lo individual. Porque ya no hay lugar para liderar revuelta alguna, pero persiste la farsa de un su-puesto cambio. Ahora en manos de los ginecólogos. Y los co-nejillos de indias son, no el mundo, la cultura o la literatura, sino la pareja doméstica, íntima, edípica, psicoanalítica. Los sexos separados que, según El banquete, sueñan con su reu-nión en un narcisismo pleno y prístino. Pero es el comienzo porque la voz, en este tercer texto que da título a la trilogía, parodia la de los tiempos aurorales, jahvistas, de las cosmogo-nías y su mítico primer día, el de la creación, y el locus ame-nus de su edén inocente: «Koncha dijo y el cetro rompió. La última zanjita. El kaos se enlenteció. El hastío y la melancolía abarcaron casi todo. El trabajo como castigo se expandió y ocupó hasta los reductos más impensados. KXK xiöli fue el primero. Quiso ser patriarca, guerrillero. Salvador, surrealista. Murió en el anonimato y la desolación. KXK xyke (pe) el se-gundo. Menos comprometido que comprometedor se abocó a los suyos tratando de evitarles lo inevitable. Criticoneando y sermoneando a full. Conoció a la (única) auténtica Xamana Xapucera andante y (calentón incurable) se enamoró de ella. Aterido de tanta iluminación sexótika murió dudando hasta de su capacidad curativa. KXK ky’a heredó el mando. No hizo gran cosa (fue lo mejor que hizo). Más conocido como KXK xiriki por su inveterada costumbre de darle duro y parejo al trago y a los trances. Hoy (el-K-suscribe) he heredado el sis-tema. Me llaman KXK ipahaguë, ambu’a, angaite. Alias tem-bó». Parodia de la Biblia nacional: el himno patrio. Y sin em-bargo la voz, a pesar de encontrarse al inicio del libro, piensa ya en el mejor método para morir. Pese a que sucumbe momentáneamente al complot copulatriz y se embriaga con la enumeración de los sustantivos genitivos, fecundadores, luju-riantes. No puede hacer otra cosa, pues estos son los instru-mentos que posee para alcanzar una levitación capaz de suspender la historia y sus angustias, la sensación de derrota, impotencia y desesperanza que constituye, bien sabido es, al hombre moderno. Elevación paralela al florit de la carne, a la espuma del orgasmo. Palingenesia desatada por el verbo, por otra parte, precisamente en el momento en el que el hombre considera con seriedad su fin. Asistimos así a la irrupción revitalizadora, en tan macabro ambiente, de la alegría ado-lescente de pronunciar “las grandes palabras prohibidas”. De hablar del sexo y la muerte. De la creación y la desaparición. En este punto de la estructura oscilante ―de puertas batientes, de dos vientos― del libro nos detenemos paralizados ante una sospecha. La estrategia de Kanese, ese hacernos recorrer la (ir)realidad cronológica de su experiencia onírica mediante una escritura de raíces al descubierto y ramas subterráneas, cobra aquí todo su sentido. Como el espermatozoide-Woody Allen en Todo lo que siempre quise saber sobre el sexo y nunca me atreví a preguntar, o como los chamacocos primi-genios tras el anabser Nemur, el último dios salvado de la ma-tanza originaria, corremos fuera de lo conocido, la realidad caótica y enceguecedora, hacia el punto de luz que promete borrar la maldición de la ley de la germinación y de la muerte: la travesía inversa aspira a desbaratar esa estructura demiúr-gica chapucera, narratológicamente idiota, para hozar en el ombligo del sueño del poema. El lector deberá tener más as-tucia que Alejandro, más sabiduría que Edipo o más virtud que Arturo en esta ocasión. Iñaka yagua la iñua. Su espada guerrera son su padre y su madre fusionados. Desatar el nudo de lo perverso o destruir lo monstruoso no es parte del juego. Sí, en cambio, seguir anudando y enredando más aún, inven-tando neologismos, construyendo solecismos, asumiendo nuestra inevitable errancia onirológica y el círculo vicioso de su nihilismo y, cansados ya de la música de unas esferas final-mente oxidadas después de tanta Historia y tantos siglos, girar, ebrios, sobre el ruido de fondo del jopara de ese híbrido de sueño y realidad, poesía y prosa, sentido y absurdo: el mundo que nos es dado, este “cuento de un idiota, lleno de ruido y de furia”. Magia de anulación (de lo real) que repro-duce, pero en sentido contrario (“inverso”), los actos del he-chicero al que combate para acabar con su maleficio, este libro chapucero y chamánico es el rito de un mago que recorre los hechos al revés para anular el embrujo de lo sido y hacer posible el sueño de lo que no fue nunca.


Montserrat Álvarez y Cristino Bogado.
Asunción, viernes 3 de febrero de 2006.

Libro V: música ficta




Obra: musica ficta
Autor: Joaquín Morales
Jakembo editores
Colección Theis Moira 4 (poesía)

Fecha de lanzamiento: 30 de diciembre de 2005
ISBN: 99925-46-52-2
106 pp.
Precio: 7 dólares



yegua de la noche o preludio sobre la inmaterialidad de las cajas de música

árbol superviviente en mueble sonoro,
voluptuoso trípode,
Pleyel, Steinway, Bösendorfer,
manual de instrucciones del trasmundo
su guión pentagramado
de casi con dientes ataúd lujoso,
tabla de perdición y muelle final de resonancia,
caja musical abierta al arte de tu mortalidad,
no pariente del piano de palabras,
versión hiperreal (dudosa) de la pesadilla de Moore:
relincho filosófico en sueño de scholar: sí,
pesadillas como textos,
proposiciones como mesas,
pero prueben a contar sílabas y patas
de una mesa cualquiera
(en este idioma claramente dos
y en todas partes casi siempre cuatro),
o hacer cantar un bosque, difícil son desde las tablas:
así también dar cuerda a tu ataúd,
resucitar canción de entre los verbos.

Resistir la barahúnda cotidiana

Musica ficta es la música fingida por joaquín morales para obliterar/contrarrestar/resistir la barahúnda cotidiana elaborada por la real-elite (realité, real-eté) paraguayo/a. Cincuenta, acaso cien años machacando nuestros pobres oídos complacientes en su sordera y pasividad. Contra ese canto secular asirenado (a nado de sirenas patrioteras), grecoguaranítico (invención bienintencionada europea, Montaigne aunando los guahus con Anacreonte), truculento y melo-dramático. Es subintellecta porque nos imanta y atrapa por los sentidos alucinados de estupor y jamás pretende rozar el umbral de la razón. Pan y música, sugiere el epígrafe/homenaje, contra el panis et circensis. Aunque no rehuye la escenificación y el caleidoscopio de danzas de éste, ni sus giros dervíchicos y sus movimientos, pero sólo los acepta para alterarlo mejor desde su propio interior. Viaje musical soñado aguas abajo, en lo subterráneo e infernal, hacia las rutinas susurrealizantes, grotescas y distorsionadoras de la música patria-poética dominante. Choque de orquestas (más que de civilizaciones) encontradas, ideológica y formalmente. La teoría de obertura, variaciones múltiples e inagotables, rondós, pavanas, gallardas, preludios, duetos, cadencias, ragtimes, virelays, saltarellos, basse dance, blues, es carnavalescamente presentada como en una cinta sin fin clusterizada ante el lector, orejudo o no, prójimo o inaccesible (en medio de ese torbellino de formas musicales escuchamos el retintín solapado, embrionario, pujante, de la cachaca y del purahei jahe’o). Pero la muñeca madre, principal, contiene muñecas hijas, muñecas en miniatura. Un poema (el de la páginas 17/18) se despliega a su vez en una mutación inercial y cíclica, madrugada, mañana, siesta, tarde y noche, ésta como última danza del día, “ruido que músico sensible tacha / borra del libro, virutas: / oscuridad descantillada”. La semitonia comparece en la página 19: “entonces el corazón de todo autómata es / retórica imprimible en semitonos”. Nuestro aedo subtropical, poeta/músico, práctica una estrategia de pequeñas escaramuzas, una guerra de guerrillas, contra la gran Música: “pura pintura no suena”, que engloba y enerva a sus alabarderos agitados por los reflejos aprendidos hace siglos, “el terco pigmento de la historia” (página 24). Musica ficta surge, “de quien más ve y más oye, pero duda” (página 30), de un poeta cuya misión última, y acaso imposible, la de un grupo comando de un solitario miembro (jm), es “...dar cuerda a tu ataúd, / resucitar canción de entre los verbos” (página 35). Entre musica ficta, música molecular, y la otra, que es marcha militar a lo Platón, molar, estupefaciente, se puede aparejar la dicotomía neurológica de la disyunción entre el hemisferio izquierdo y el derecho: “te confieso, hermano izquierdo, / mitad de mente mía, / que tu contigüidad no adoro, / ni apruebo tu inversa semejanza” (o la esquizofrenia de la musica ficta entre la mano derecha, artística, idealista y espiritual, y la mano izquierda, erotómana, lasciva, prosaica, que al fin, aleatoriamente, termina segregando música subversiva). Guerra musical en varios planos y frentes. Metátesis en la pronunciación, en el sentido de la frase, hipérbaton, catacresis, homofonías interidiomáticas (creo que en hurras aparece uno canónico: “virelay, vyro lai, very light”), ruidismo sintáctico (“no importa la palabra justa”, página 57), y, claro, jopara, adopción plena de las oscuridades de la diglosia y la jerga tribal, de las gracias neologísticas. [ Este arsenal, que se contrae y se expande como la vejiga de una gaita o como un acordeón, reaparece en Sermo, anticipo fragmentario plaquetero de un libro más extenso, e inédito, llamado Tratado de glosas e analecta de discursos exemplares, y en donde ya habíamos señalado lo siguiente: « Es un grito estructurado (o pretende erigir una plata-forma desde la cual histrionizar su rito, mito, grito) como una petit sinfonía cageana que empuja a un tal Lito al escenario del poema apostrófico, remotamente lírico o totalmente anti-líriko, con una batuta en mano en forma de batata, bardo loco, diglósico, macarrónico, con sus mil y una lenguas de fuego para azotar el letargo hiper-realista de su platea pati-difusa por interpósita persona que sirve de mediación-traducción: un coro que supuestamente filtra el mensaje violento, divino, para que éste se metamorfosee en blancas-azulosas (por lo de Darío) palomas espirituales o pájaros a lo Hitchcock… más que fusión de música y palabras, espectáculo de cabaret (volteriano) o exhibición de freaks en un circo, concierto de estómagos arremetiendo sobre el aparato fonador con sus regurgitaciones inhumanas (“Todos los hombres usan el lenguaje”, traducción gadameriana de la clásica definición aristotélica), teatro de marionetas c-úbicas agitando el avispero de sus manitas inerciadas por el hilo invisible sobre la gravedad del sentido, a veces alcanzando la luz de un protolenguaje o lenguaje del porvenir en el que el español paraguayo es curepizado, el inglés asume un rostro de paraguayo simulando hablar curepa ("shame sha shame sha"), el alemán es desmembrado por una interjección concretista o estirado como un chicle pos-caligramático o el latín es guaranizado (“ne-quá-m-qum”) o el griego se acuesta leve junto al guaraní en una helenización del guaraní (“olorosa Pilsen ñande mba’e Teeteto”)… sueño jesuita al fin cumplido en la ucronía que monta y habita éste poiético mester de ceremonias, un tal Ortiz Toledano. Se evocan todas las sectas lúdicas, como la del OULIPO (“aiseopoesia / iseopoesi / seopoes / eopoe / opo / p”), comparece Khlevnikov para romper el plano único de la lengua, esa dimensión tiránica que niega que lo puramente fonético signifique. Son los padres mentados con quienes practica la respiración boca a boca para salvar el cuerpo de la poesía. Sobre esta plata-forma, y no forma-plana, las perversiones tienen uniforme (“sadomaso -verde’o- quismo”). Gran fiesta cumbiambera del lenguaje cuyo tema leimotívico posible es la cachaca, esa murga supra nacional, pero intervenida microscópica y cronométricamente como una partitura aleatoria y a la vez cósmica (“6.180.339 segundos”). Los instrumentos perfilan a veces una panoplia erudita (que va desde el Dolce Stil Novo o las rimas internas gongorinas hasta la fascinación por formas perfectas muertas, como el soneto de la parte final) y otras incurren en fonetizaciones multilinguísticas en su anhelo de acercar lo más posible el sentido al sonido, el significado al significante, el arpa paraguaya a la celta –que tienen ambas un denominador común, pues tanto los paraguas como los nativos de la verde Erín las tañen con las uñas largas, muy largas–, las flautas medievales a las de la narración fantástica, creadas para salvar y usadas para acorralar al lector junto a los abismos de la albúmina originaria de la lengua, antes de la mítica división babélico-política. Y, por encima de todo, resuenan las onomatopeyas sacadas del cómic más barato, las disonancias del virtuoso y estricto atonalismo, y ruido, mucho ruido, para evitar toda, aun la más mínima, eclosión lírica, pues se trata de despertar y no de narcotizar con los opios de la biblioteca de la evasión formalista convencional. El espacio burocrático se imprime de letras con una alegría de funámbulo desencantado. La electricidad del sistema nervioso central mentada por MacLuhan carbonizando su soporte como salvajes malones nómadas para que toda hierba lírica para rumiantes anacrónicos sea extirpada. La erudición latina colabora con sus rivales bárbaros en esta ruina que revela en su autopsia filo-lógica la dislexia de fondo que nos alimenta. El vértigo esquizoide de las letras ya no encuentra apoyo para sus certezas enraizadas antaño en el Diccionario de la Real Academia. La Gramática general del cristiano nuevo Nebrija (citado en algún punto del remolino verbal) sólo sirve para lanzar estertóreos crujidos en la orquestación final. Música para estos tiempos, el texto alcanza su cenit en el desmoronamiento de las vocales de su arquitectura ideal. El tiempo no es más que la cuarta dimensión del espacio poiético. Pero en el continuum espacio-temporal el texto se sitúa más bien del lado del estatismo de la extensión que del dinamismo musical del devenir. Texto fijo y como taxidermizado en la imagen, en lo icónico de la grafía, sin los altibajos emocionales de la melodía, fría música no para los oídos, órganos del sentimiento, sino para el ojo, correlato sensible del cerebro. No hay gradaciones en la intensidad del tiempo, del allegro molto vivace del júbilo a la perezosa lentitud de la melancolía, de la vivaz aceleración de la furia al tempo ralentizado de la serenidad: la lírica se ha congelado. Una instantánea que aquieta y desnuda la vida en la crudeza de sus estructuras inmóviles: música para el ojo. Sin embargo, algo se mueve, a la manera de una arborescencia pétrea, acaso las ramificaciones de la imprenta dentro de la composición de campo; incluso se puede hablar de una plasticidad de lo inmóvil que explicaría las metamorfosis constantes que aquejan a las palabras, la dinámica de los deslizamientos visuales y conceptuales, cuanto más ínfimos mejores, la mudanza de las letras de su emplazamiento ortodoxo, que nunca es mera errata sino cambio de lengua, de cultura, de mundo, bajo el imperio del “efecto mariposa”. El todo, si tal cosa existe, remite, no a una orquestación, sino a un landscape. A un paisaje que fusiona lo futurista y lo prehistórico: panorama del mundo mega-lítico. La emoción no habita en las variaciones sino en el golpe de vista sobre algo quieto, en la inmersión en un espacio predeterminado. Tinta sobre papel como piedras y hierbas sobre la tierra o como descarnadas osamentas de hierro y hormigón sobre el cemento. El sobrio metabolismo de lo inorgánico. Sólo estratos fijos en el espacio de la hoja, contrayéndose en el rectángulo vertical como la torre de un soneto, o desparramándose en una prosa que busca explicar su inadecuación poética. La realidad, la “verdadera”, la que ha expelido esta infamia literaria, es el fondo silencioso irredimible que acoge este grito atonal, estos versos polirrítimicos, este calidoscopio poético-visual, que volverá a cogerlo en su trampa ancestral si el lector no se despoja de sus antiparras y sus orejeras, si no patea el sillín del paraíso, si no se desanuda su black-tie ad hoc, si no la mastica y no salta, “a la mexicana” o con saltos de pogo punkiñho, para gritar a su chamán pos-apocalíptico: ¡da capo, da capo! » ]. El español (“madre lengua literaria indeclinable”, página 67) carcome, traspasa, permuta, trasviste el inglés, el alemán, el italiano, el latín, y aun alguna cita griega asoma tímidamente, y el ultrapresente en su ausencia pletórica, el guaraní, sombra bilingüe, excipiente esencial para todo tipo de mezclas locales, esa otra música que sueña sus futuras rebeliones (“insanorum deliramenta’i”, página 69, termina diciendo Castiglione abruptamente). Otras armas contra el Opresor poético/musical son la ironía, las citas mal leídas, manipuladas, el ajuste de cuentas con las normativas del lenguaje excesivamente sordo en sus ortodoxias (“y todo es Berdadero, / salvo las letras que así lo declaran / con error de ortografía”, página 81). En suma, poesía que coquetea y abusa de las “cuartas aumentadas, / diabolus in musica!”, página 71, poesía definible en términos musicales, pero no en los de la música de las armoniosas esferas pitagóricas, ni en los de la música de supermercado de Herr Muzak y adláteres, ni en los de las radiofórmulas, hits descartables que terminan su sino empujadas por el último grito del marketing. Las rimas están en bruto, como un inconsciente colectivo en donde abrevan las palabras gastadas por su deambular insomne, sin sentido, constreñidas por el prosaísmo automático infanto-juvenil. Música para aprender a cantar nuevamente. Poesía que no marcha ni mancha, sino que marca sus fronteras, allí en el borde mismo de la tradición y del futuro.Hurras a bizancio precipita todo lo anterior en una coctelera glósica, glotona, para aprender de una vez por todas qué es ser paraguayito, en especial en lo relativo a la poesía paraguaya en español del nuevo milenio, la del 2011, bicentenario de la independencia política y centenario del nacimiento del Canto secular de don Eloy. Si usted nunca leyó a Eloy no entenderá el libro. Si usted no leyó nunca a aquel que pretendió atrapar lo paraguayo en 1190 versos medidos pero sin rima, quedará in albis. Pues hurras es un dilatado diálogo / desafío / ajuste de cuentas cínico de la poesía paraguaya-castellana. Asunción, bizancio subtropical, queda prácticamente apabullada, sepultada por las hurras que le propina morales. Éste es un lector minucioso, concienzudo, paciente y aplicado del magister humaiteño. Cabalista legañoso que se agita como un mamanga alrededor de su presa, exegeta heterodoxo, caraíta guaraní de tan sagrado Autor y de tan místico Libro. Es imposible, hoy, ahora, demorarnos en toda la riqueza de este poemario conceptual, en el sentido de los discos conceptuales, pues todos los poemas que lo integran giran, conforman, inciden en un todo perfecta y matemáticamente orgánico en su fondo y su forma. Fiesta del lenguaje, alegría de la palabra, triunfo de la Ironía (de ser paraguayito y buen y auténtico poeta), de las letras que parodian la Última Cena de la Poesía nuestra, ordalía para editores y windows xp. Libro parricida que busca a su padre (irresponsable, bocón y entregado a los azules arielismos, a las melopeas dóricas, a las fantasías orientales, a la hermenéutica cromática de la bandera, a la ornitomancia, todo en un mismo tiempo y lugar); solicitud de filiación, no sólo del autor, sino, latamente, de la poesía paraguaya, huérfana a la deriva de los intereses extrapoéticos, de la que hasta este libro no sabía, no quería saber, quién era, quién su padre, a quién debía seguir, a quien destronar. “Falanges hechas de metros / eufónicos pies / costillas de terminaciones / radios de raíces / rótulas de versos / tibias de flautines/ reverberencias de azúcar / crocanterías de hojaldre / frutescencias de confites.” Este autor, “carcajeante drácula de radionovela / Calibán! antiariélico antídoto”, gusta, y mucho, de “un plato de fariña nutritiva”, tanto como del arte que inventa en este libro, la poliglosa y la periglosa. “El amor de la pura palabra en pura forma”, página 111. Incipit, poesía paraguaya! Nuestro futuro es claro después de leer hurras a bizancio: un cruce Fariña / Morales, nuestro demorado, trabajoso, pero rozagante Darío, piedra fundacional, padre-héroe cultural, figura demaizada, por usar una expresión del antropólogo Jensen, de la nueva poesía paraguaya.

Cristino Bogado

Libro IV: Hurras a Bizancio



Obra: Hurras a Bizancio
Autor: Joaquín Morales
Jakembo Editores
Colección Theis Moira 3 (poesía)

Fecha de lanzamiento: 30 de diciembre de 2005
ISBN: 99925-46-53-0
120 pp.

Precio: 7 dólares


hurras a bizancio y graffiti en su honor, o thesaurus de orribili favelle y edén del gozador de la gaya ciencia y difícil arte de la Lírika, donde con grande copia de tropos y galanuras se declaran las glorias y meravillas de esta eterna ciudad de naranjos y de Flores, madre de ciudades y cuna de péa ha amóa, pitos y flautas, con las debidas licencias de los poderosos cuyas Reales Manos beso suyo afectísimo año del señor


MCMLXXXVI - MCMXCIII


por joaquín morales,
democrático autor nacional & tricolor,
de cuya pluma el selecto público
ya conociera [sic] otros éxitos editoriales
(¡pídalos a su canillita!)



obra declarada
por el Supremo Dictador Perpetuo
de utilidad pública para
Colegios,
Seminarios,
Cuarteles,
Cárceles
y demás Establecimientos Ganaderos Patrios



de venta en los mejores kioskos,
boutiques fashion
y
ómnibus interurbanos.

Presentación de Hurras a Bizancio

Muy buenas noches a todos. Me referiré muy brevemente a los dos libros de Joaquín Morales que se presentan hoy ante ustedes, pese a que encontraría, no un vanidoso, sino un humilde placer en hablar de ellos durante mucho tiempo, porque no deseo, con la intrusión de mis palabras, interferir en el encuentro personal de cada uno de los lectores con estos poemas a los que no escatimaré la calificación de extraordinarios. Conforme iba leyendo estos dos libros, musica ficta y hurras a bizancio, en la por otra parte irreprochable, sobria y bella edición de Jakembo realizada por el poeta Cristino Bogado, me iba percatando de que comentarlos sería un ejercicio de humildad, pues es infrecuente que un presentador, prologuista o crítico se encuentre frente a una obra ante la que tenga que admitir que siempre será más importante que todo lo que uno pueda decir sobre ella. Lo usual ―permítanme ser malvada― suele ser lo inverso. Wystan Hugh Auden ha señalado que de ninguna manera pude decirse que el placer sea una guía crítica infalible, pero sí que es la menos falible de todas. Quisiera matizar esta opinión, por otra parte cierta, refiriéndome al término “placer”. Hay muchas formas de placer, y hay placeres leves y placeres extremos. Entre los primeros se cuentan, por ejemplo, el de disfrutar de una brisa agradable, el de apoltronarse en un asiento confortable o el de olfatear una copa de buen brandy. Todos ellos se caracterizan porque no comprometen la integridad de nuestro ser ni la estabilidad de nuestra consciencia. Pero los placeres realmente extremos, que suelen relacionarse con el vicio, el crimen y el pecado ―pienso en los placeres del asesinato real o simbólico, de todas las formas de la crueldad, de la embriaguez, de la lujuria y del arte―, inevitablemente enturbian la lucidez de la mente más cartesianamente “clara y distinta” y desarreglan la serenidad habitual de esa primera persona del singular que nos constituye y que se ajusta por lo general de acuerdo a la ordenada posesión de sí misma, y por esta razón presentimos en ellos un peligro que los emponzoña, pero que, paradójicamente, los hace aún más exquisitos. El verdadero placer es siempre un placer envenenado. Creo que esa guía crítica casi infalible de la que hablaba Auden debe contemplarse a la luz de esta noción de placer, que seguramente puede parecer perversa (que sin duda es perversa, en efecto), pero que resulta ineludible cuando el lector se aproxima a la destilación elegante, de factura ciertamente clásica y aparentemente distanciada, del delicioso veneno de los poemas de Morales. Hablar del doloroso placer de la existencia, doloroso porque la vida, como toda luz, se acompaña siempre de la sombra que ella misma proyecta y que le es consustancial ―en este caso, la Muerte―, puede dar la impresión de que hago filosofía barata con ocasión de este comentario. Pero, así como hay mentiras de apariencia muy brillante, existen también verdades de apariencia muy trivial. Creo que ésta es una de ellas, en especial si nos acercamos a esa parodia, que es también un homenaje, desencantado y nostálgico, burlón y tierno, en que consiste hurras a bizancio, enfrentamiento del hijo contra el padre análogo al de Pound contra el gran Whitman, sólo que aquí ese padre, a quien se invoca con desdeñosa burla y entrañable y desengañado afecto, se ha vuelto senil, o, más bien, es el tiempo mismo quien así lo ha vuelto, ante la melancolía y el irónico entusiasmo de su hijo, que sostiene él mismo con puntales el monumento de ese ídolo caduco, de su propio enemigo, para poder enfrentarlo sin que el yeso se caiga a pedazos. Y sin que con él se derrumbe también el gran y vano sueño, “el sueño triste y resbaloso”, como dice Morales, “kitsch y cursi, cuasi-facho y sensiblero / de los niños, las palomas, / la tricolor flameando allá / donde el sol antes salía”: el gran y vano sueño de la “bienamada y putísima bizancio”, de la disglósica Arcadia que en verdad nunca existió, pero que, como todas las mentiras muy amadas, tampoco puede desaparecer. Todos nosotros, los aquí presentes, a quienes el Azar o la Providencia, por nacimiento o por sino, han destinado a habitar en la soñada Bizancio, paseamos por sus plazas, parques, jardines y museos, espacios recogidos en una sección del libro, entre sus bronces y piedras que “son mero accidente”, o bien deambulamos por las cátedras, claustros, laboratorios y arsenales del espíritu bizantino, nombre de otro capítulo de hurras a bizancio, y nos movemos entre sus leyendas y entre sus fantasmas, en medio de la grávida presencia de los ausentes, a veces invocados, con resignada urgencia, si cabe la expresión, como en este poema que Morales dirige a sus muertos: “no quiero dejar la casa abierta esperando que vuelvas, / y amanecer contando las baldosas. / por eso te doy un libro como seña, / éste. / por si no quieras venir, / no hay mandamiento que te ordene. // por si te pierdas de venida, / el libro contiene sueños y encantamientos / para levantar más alta casa, / y más abierta y más nuestra: / desde allí, qué fácil vernos. // y por si quieras venir, / mientras estés viniendo, / al abrir tu libro –es éste- / se abrirán las ventanas, / y he de ver tu nombre en todos los libros, / y luz, la tuya, // retornando a casa”. Casa que es la nuestra, celebrada por los ensalmos, al decir de Morales, “medio kachiäi de los decires cultos y de nación”, alucinación colectiva que soñamos o que tal vez nos sueña, pobre madre nutricia de senos más bien secos, amado verdugo de sus mejores hijos, de los únicos que nunca la traicionan: Bizancio. Paraguay. Homenajeado, ¿es preciso decirlo?, como se lo merece: con amor y con áspera burla. Y también con tristeza. Por su parte, musica ficta, como su nombre lo indica, muestra el concierto silencioso de la mente: es música, pero imaginaria, sin la materialidad vibrante de las ondas sonoras estimulando el tímpano, hecha de rondós, pavanas y gallardas, de óperas bufas, de ragtimes y de blues. La voz principal se hurta tras el discreto hermetismo de las alusiones personales y se bifurca en voces diversas, permitiendo apenas adivinar fragmentos de una verdad última que quizá no exista: el supuesto autor, y, con él, el mundo, así llamado, “real”. Si hay un rostro final, sólido y sin fisuras, detrás de todas las máscaras, o si en éstas consiste todo lo existente, es pregunta que el libro, sutilmente inquietante, obliga al lector a formularse acerca de sí mismo. Lector al que interpela, desde su “fe de erratas”, como “mi semejante, mi hermano, y otras invocaciones sin esperanza”, con sarcasmo dulce y hasta piadoso: “chúlina mi pálido lector de largas orejas, / si no ancha ojera profesional, / príncipe en su tarde libre, / o esclavo de promedio masivo y / típica desviación estándar, / aquí se desencarna, cambia uniforme por piel, / frente a su chimenea mental, / carbones encendidos en su cabecita, / su brasero de angustias / donde se fríe la cultura empanizada, / complacido en que reconocerá públicamente / -círculo de elegidos o amigos de su barrio, pocos pero buenos- // que me lee, sí señor, / que confía en mis intentos de mago sin conejos aptos, / o imprudente magia excesiva para auditorio sin sombreros de copa...” Si ambos libros poseen una perfecta autonomía, algo los une: el humor los recorre a ambos por igual. El humor, esa muralla que la flaqueza levanta contra los horrores de la vida, como si una sonrisa los pudiera borrar. Recurso, digámoslo ya, propio de almas frágiles y quebradizas, pero que a él le deben su verdadera fuerza. Y, sin embargo, si bien el humor es una refinada e inteligente presencia en toda la obra de Morales, produce una risa, pese a que jubilosa ante el ingenio, más triste que una mueca de amargura: “y las cabezas, recién cortadas / (que así las quiero para siempre: / frescas, / intactas, / inolvidables, / horrorosamente puras, / y sobre todo, más que nada: / desde el horror vociferando / calladas, mudas // que así las quiero para siempre / y me importan un bledo / la gobernabilidad, / los pactos de silencio, / las puercas transas de conciencia,) // y las cabezas, ya para siempre / recién nomás cortadas, / ningún futuro, / don Eloy, che capelú, mi cuate, / ninguna arcádica visión veían / para contarnos”. Se agradece también la gentileza para celebrar magnánimamente a las delicadas criaturas de este mundo; ya Baudelaire, quien también interpeló, como Morales, a su “hipócrita lector”, rindió tributo a sus amados gatos: “Ven bello gato, a mi amoroso pecho, / retén las uñas de tu pata, / y deja que me hunda en tus ojos hermosos, / mezcla de ágata y metal”. Morales admira también la gracia de esa “madre resignadamente gata”, misteriosamente preñada en algún orgiástico ritual felino entre los murallones y azoteas de Bizancio por un secreto “dios de cuatro patas”, y no podría ser más deliciosa la respetuosa invocación que le dirige: “señora del paso cauteloso”. Sería una impudicia casi obscena aludir al secreto infierno en el que a veces se gestan los poemas que llegan al lector que nunca lo sospecha, y no lo haré, por ende, pues los poetas agradecemos que se guarde silencio al respecto. Sólo diré, a riesgo de sufrir condena por soberbia, que también lo conozco y que sorprendería al público saber cuán pocos, en verdad, entre la muchedumbre de escritores que publican libros y más libros, lo han visto o habitado realmente. Joaquín Morales es uno de esos pocos. Es de ese infierno ignorado de donde procede, por ejemplo, esta variación retórica mínima, perteneciente al libro musica ficta. Poema aparentemente inocuo, juguetón, casi naïf, un tanto cómico incluso, y, sin embargo, quizá por ello mismo, lo más siniestro que he leído en mucho tiempo: “que te agarre la muerte en medio del café con leche, / a solas con la gloria de tu mejor medialuna; / que te agarre la muerte / con helado a medio consumir, / y lo que resta, delicia de la mosca anónima; / que te agarre la muerte en calzoncillos, / plácido, indefenso, / rascándote el ombligo y la experiencia; / que te agarre la muerte con tu historia / poco florecida de fanfarrias, / casi todavía en plena afinación; / que te agarre la muerte tal tropiezo / en vals de maniquí de escaparate, / descompuesto el tres por cuatro, / el charol pisoteado; / que te agarre la muerte como en broma, / un empujón nomás hacia un costado”. Muchas gracias.

Montserrat Alvarez

Libro III: Heautontimoroumenos





Obra: Heautontimoroumenos
Autor: Miguel Ildefonso
Jakembo Editores
Colección Theis Moira 2 (poesía)

Fecha de lanzamiento: Lima (16 de diciembre de 2005), Asunción (28 de febrero de 2006)

Dibujo de tapa: Angel Jara
ISBN: 99923-46-50-6
40 pp.
Precio: 5 dólares




EL SILENCIO DE LA MATERIA ES
TODA LA DESTRUCCION DEL PARAISO


tú no tienes nombre
tu cuerpo es un cristal de luz en el agua
me besas en la oscuridad
y eso es todo lo que eres.



Una luz penetra el vacío,
hojas exhalan el olor del oro sobre las cenizas.
El sueño es la verdadera luz que te prometí,
la luz que recorre los recodos oscuros de las paredes.
Mi mano firmemente agarra su fulgor, ¿no te dije?,
lo trabaja con fruición éxtasis
movimientos infinitos en el cuarto vacío,
fulgor que gruñe en lo oscuro, fulgor que me constriñe.
Mi mano desasida danza mientras la ciudad tiembla
en orgasmo unicelular, en orgasmo de estallidos.
Tras la ventana entumecida ante la sociedad de consumo
la luz sin temor por el templo moche va descubriendo
en plena neblina el concreto deseo de ser piedra o barro,
algo de muerte blanca en estas paredes.
Mi mano es un dios poseyendo el destino de mi aliento,
el desplazamiento del ejército avanza por mis arterias,
dulcifica esta época que agoniza tras la ventana,
metamorfosis en sangre, metamorfosis en blanco.
Mi mano se arroja como un jaguar al vacío,
porque tentar el vacío es amar.

Contemporáneo de todos los dolores

En el tiempo homeostático, contemporáneo de todos los dolores y placeres, que nos ha legado el hoy, Miguel Ildefonso realiza el, digamos, "corte epistemológico" de su propia cartografía, que se extiende desde un lapidario policromo un tanto modernista (que por momentos se enreda en ciertos arabescos algo fin de siècle, y a veces en el morbo decadente de "la nada fue mi Beatriz") hasta la supravigilia del surrealismo, allí donde las ondas alfa comienzan a expandirse. Como en el poema 9, donde practica el yoga de Castañeda: mirarse las manos en el sueño. La meditación sobre la mano lo "arroja como un jaguar al vacío", pues en el acmé de su visión reverbera la novia celeste que los zoroástricos esperan encontrar después de su muerte, doncella que hallaban los chamanes, que visitaba a los poetas taoístas, a los sufíes y a los trovadores, y a quien Dante llamó Beatriz, y Petrarca, Laura, la esposa-espíritu del vudú. La dedicatoria y el contenido del libro parecen hablar de tal experiencia. En todo caso, nos trae la cosecha de una travesía personal por la poesía visionaria.

Montserrat Álvarez

18 julio, 2006

Libro II: la luz marchita




Obra: la luz marchita
Autor: Javier Viveros
Jakembo Editores
Colección Ñe'ërei (narrativa)

Fecha de lanzamiento: setiembre de 2005
Prólogo: Blas Brítez
Pintura de tapa: Juan Moreno
Art Design: Roberto Bernal
ISBN: 99925-46-47-6
92 pp.
Precio: 5 dólares



AGONÍA Y DELIRIO

Lo encontramos tirado en el suelo, a un lado del largo ca-minito que apunta su sinuoso lomo, cargado de pisadas, hacia el bosque. Fernán Montanía y yo vimos algo llamativo entre las espesas malezas que se enmarañaban a la vera del sendero aquel, nos acercamos y fue allí donde lo hallamos. Estaba bocabajo y res-piraba fatigosamente. Lo volteamos. Se encontraba inconciente y su rostro parecía haber sido congelado en el preciso instante de hallarse transido del mayor dolor.

Osmar Suriv sale de la bulliciosa taberna visiblemente ebrio, pues su andar es tambaleante y casi inocente de verticalidad. Su cabeza se halla completamente bajo el tiránico dominio del vino. A pesar de lo impreciso de sus pasos y de la enorme cantidad de alcohol a la que sirve de móvil vasija, Osmar va desandando poco a poco el camino a su casa.

Fernán y yo no sabíamos cómo actuar. Si no fuera por los pausados ascensos y descensos de su pecho ya hubiéramos llegado a la conclusión de que estaba muerto. Coloqué la parte externa de mi mano sobre su frente y percibí la alta temperatura de los infiernos de la fiebre. Decidimos llevarlo al médico. Lo levantamos. Acomodé sobre mi hombro su brazo derecho y Fernán puso el izquierdo sobre el suyo. Así fuimos trasladándolo de prisa.

Sus pasos ebrios hollan el camino silencioso e invadido por una soledad inmisericorde. Una cuadra más atrás, en la taberna moribunda, se oyen los gritos y risas de los parroquianos. Osmar camina despacio, su mano derecha presiona fuertemente el lado izquierdo de sus costillas; su rostro refleja dolor.

Ya eran cinco las cuadras que lo llevábamos cargando, faltaban dos para llegar a la casa del médico; la distancia parecía multiplicarse en momentos como aquel.

−¿Crees que sea grave? −pregunté a Fernán y éste me con-testó con un movimiento de cabeza que en ese instante me fue imposible de traducir en afirmativo o negativo.

Su mano aprieta una herida de instrumento cortante que había obtenido en la sucia taberna que acababa de abandonar. Estuvo ju-gando a los naipes con otros parroquianos y uno de ellos lo acusó de haber hecho trampas. Osmar lo increpó negando la acusación, pero ya la mano del otro (también vasallo del alcohol) había extraído el pe-queño puñal de su cintura y lo había asestado entre sus costillas antes de que los otros pudieran detenerlo.

Llegamos a la casa del médico. Presionamos repetidamente el timbre al son de la desesperación. Por ventura fue él mismo quien nos abrió la puerta de su residencia, ingresamos a la misma y depositamos al herido sobre un sofá. El médico se colocó las gafas y examinó cuidadosamente el sitio donde la herida abría su doliente boca.

Osmar abandona la taberna y el dolor hace mella en su espíritu. Siente que la muerte lo arrastra tras de sí, lo atormenta el terror, el temor a morir y lucha por permanecer en pie, pero no lo consigue, cae entre las malezas provocando un mudo escándalo. No quiere perecer, se niega a hacerlo, quiere gritar antes de caer inconsciente.

−¡No quiero morir! −grita Pachí repentinamente. Con una amplia sonrisa el médico festeja la vuelta de su paciente desde los ignotos terrenos de la inconciencia. Luego lo tranquiliza, le alcanza un vaso de agua y una pastilla. Pachí la ingiere, con no poco trabajo. Fernán y yo lo contemplábamos silenciosos desde el umbral de la puerta. Mirábamos el insignificante algodón en su pierna; no quisimos entrar, pues sabíamos que esa picadura de serpiente lo había dejado con calentura y necesitaba descansar.

Tiempo después, el pequeño Pachí nos comentó que en su delirio febril soñaba que él era Osmar Suriv, el presumido hijo del licenciado, y que lo apuñalaban en una taberna durante un juego de truco. Nos preguntó -sin obtener respuesta- qué podría sig-nificar aquello de comandar –al menos en el delirio- el cuerpo de la persona que más aborrecía en el pueblo.

Vitalidad y muerte en clave literaria

Escribir un prólogo es quizá el arte, si así puede llamársele, de poner en el umbral de un haz de palabras otras palabras que, precediéndolas, las presenten, o intenten hacerlo por lo menos. Sabido es lo complicado que supone contar al lector, sin ser arbitrario y aguafiestas, de lo que trata un libro, especialmente un libro de ficción cuya efectividad se centra en el asombro, en la sorpresa que genera la lectura de sus sucesivos secretos y enigmas. Pero dos cosas han hecho que aceptara escribir unas líneas, breves y sinceras, sobre este primer libro de Javier Viveros. La primera: la ya larga amistad que me une al autor de estas páginas; la segunda: la calidad literaria que mana de estos relatos que tuve la oportunidad de conocer durante el proceso mismo de su escritura. Es decir, dos motivos de gran peso: la amistad y la belleza.

En primer lugar, no resultaría arriesgado decir, sin pretender reducir a una sola mirada crítica el análisis de los grandes temas de La luz marchita, que los catorce cuentos que conforman este volumen configuran una reflexión, desde múltiples perspectivas, sobre la naturaleza no menos múltiple de la muerte, y además sobre esa contracara suya, primigenia e inevitable, que es la vida. Para Javier, no se puede hablar de la muerte sino como del otro rostro atribulado de un Jano bifronte que mira hacia una región vital al mismo tiempo que lo hace hacia la sombría inexorabilidad de la muerte. Así, no es casual que el autor haya decidido inscribir como emblema heráldico de este libro los cuatro epígrafes de autores trágicos como Esquilo, Sófocles, Eurípídes y Shakespeare, y las situaciones a las que los personajes se ven arrastrados coinciden de alguna manera con las de los dramas de estos trágicos. Además, la misma dedicatoria a Búfalo Chamberino, uno de los personajes de la novela Cristo versus Arizona, ese largo suspiro agónico de Camilo José Cela, nos da pistas sobre por qué el autor ha ido trabajando un texto pensado sobre la matriz de la finitud humana.

El conflicto humano, en la mayor parte de los cuentos, se resuelve de manera tal que no quedan cabos sueltos ni puertas abiertas dentro del mecanismo ficcional, esto por supuesto sin socavar las sutiles y sensibles libertades interpretativas del lector. Finales cerrados donde solo caben la muerte o la ironía, y en ocasiones las dos juntas como en “La pólvora del destino”. El estático y decidido protagonista del primer cuento, “Apocalipsis de un alma”, da carta de presentación con una frase a lo que en los próximos cuentos será el leimotiv activo y menos abstracto en el camino que conduce a los hombres al final de una vida, en cualesquiera circunstancias: “¡oh, la amarga muerte!, personas hay que la temen, yo no soy una de ellas, la vida es sólo un breve dilatar, desde nuestro nacimiento ya estamos condenados a ella”. Subyace aquí una de las fuentes de las que ha bebido el autor, literaria y filosóficamente: la poesía de Quevedo y su concepción senequista y estoica de la vida como de un breve camino hacia la muerte. También se filtra en los relatos aquel “inmisericorde” concepto que tenía de los hombres el poeta griego Píndaro, pues los personajes encarnan aquella frase que en el breve instante que dura un relato, en el efímero fragmento de una vida narrada, cobra significación especial: “seres de un día”.
Los escenarios sobre los cuales se desarrollan las historias contadas en este libro corresponden, aunque en la mayor parte de los casos no tengan nombre, a los de los ámbitos rural y urbano del Paraguay. Esa doble vertiente locativa de nuestra narrativa, ya secular la primera y en tránsito de ganar un lugar legítimo la segunda, en parte gracias a una nueva generación de escritores en su gran mayoría inéditos, representa una de las más importantes y visibles caracterizaciones que se pueden hacer de la literatura paraguaya en las últimas tres décadas, en cuanto a los niveles de representación de lo real, con fundamentos sociológicos. No se puede tomar como hecho menor la convivencia en nuestras narraciones del mundo del campo y de la ciudad, como componentes de un país en el que las relaciones entre estos ámbitos toman importancia vital, teniendo en cuenta la progresiva urbanización que se ha dado en Paraguay. Los cuentos de Javier Viveros reflejan, sin embargo, el camino contrario de esa convivencia entre lo urbano y lo rural: la separación de esos dos mundos. Es decir, de la cotidiana y pequeña fatalidad que se cuenta en “Entre las calles asuncenas” a la densa marcha hacia el enclave último de la muerte que se narra en “Sepultura en la niebla”, no hay prácticamente interrelación entre el campo y la ciudad. Lo que sucede en el campo parece ser algo aislado de lo urbano y viceversa, más allá de los falsos presupuestos de la globalización. O como ya el propio Roa Bastos había definido al Paraguay: un país dividido en tres, el Chaco, la campiña de la región oriental, y Asunción y sus alrededores. Eso sí, para el autor aquello de que todos los fuegos son el mismo fuego, la misma llama ardiendo en diferentes lugares, tiene la misma consistencia que tienen las llamas de la realidad.

El lenguaje de la luz marchita es, como el autor mismo me lo ha confiado alguna vez, un lenguaje febril. La herencia del Siglo de Oro español, que es en general la herencia que estilísticamente hablando ha impuesto la tradición de la lengua escrita a nuestros escritores de habla hispana, a excepción del siempre exceptuado Borges, es patente en todos los cuentos. Cercana por momentos al musical barroquismo de un Alejo Carpentier, la prosa de Javier Viveros causa efectos melódicos en los lectores, como cuando se llena de palabras esdrújulas en “Después del crepúsculo”, o se pone en marcha un concierto de conjunciones copulativas en “Fuego en la madrugada”, un relato desprovisto de signos de puntuación.

En cuanto a los aspectos formales de la narración, Javier sigue el ejemplo de los autores clásicos del género. Es decir, un discurso narrativo sin obstáculos de índole estructural, con narradores claramente identificables y con situaciones que no admiten oscuridades caras a las vanguardias. Sin embargo, el cuento “Polvoriento transitar” es la muestra de que el autor no desconoce los aportes técnicos de la narrativa moderna, en especial las innovaciones introducidas por el escritor norteamericano William Faulkner, autor que ha sido pieza central en nuestro tablero de discusiones en los tiempos de aprendizaje literario. Todo lo que en los demás relatos es linealidad discursiva, en el citado cuento se transforma en un apasionante concierto de voces y de tiempos trastocados que hacen de él una audaz e inteligente aventura humana.Muchas cosas, muchas aristas posibles que la obvia limitación de quien escribe este prólogo no ha podido visualizar, quedan en el tintero. Pero lo fascinante de la literatura, la más bella de sus potencialidades es la que hace referencia al hecho de que, en efecto, el tintero interpretativo y reflexivo de los lectores jamás se agota. Por ello invito a que los lectores de este libro cumplan el viejo rito de pasear la mirada y el entendimiento sobre las páginas de La luz marchita, para que el mito y la verdad que se miente bien, como quería Onetti, se pongan en funcionamiento y las cosas del mundo, las pequeñas y grandes cosas del mundo, adquieran el sabor que solo el irrefrenable goce que prodiga la literatura puede expresar, de acuerdo a nuestra más profunda condición humana.

Adelante, lector, las páginas te aguardan.

Prólogo de Blas Brítez para el libro "la luz marchita".

Libro I: Dandy ante el vértigo





Obra: "Dandy ante el vértigo"
Autor: Cristino Bogado

Jakembó Editores, Asunción-Paraguay
Colección "Theis Moira" 1 (poesía)

Fecha de lanzanmiento: 26 de noviembre de 2004
ISBN: 99925-46-37-9
Portada: Montserrat Álvarez
Art Design: Roberto Bernal
60 pp.
Precio: 5 dólares




EL CASO DEL IDIOTA

Idiota de anteojos, pipa
y un artículo semanal
en un suplemento idiota
Idiota bien parado, trajeado
con celular y beeper
Idiota químicamente puro, sin mestizaje
Idiota de tercera y cuarta generación idiota
Idiota en un vernissage idiota
Idiota en un recital poético idiota
Idiotas rodeados de idiotas
y tú con tu lámpara psicodélica
en plena noche idiota: busco un idiota
¿Idiota intelectual o analfabeto?
Idiota que exhibe su título honorífico
summa cum laude de la nada, del silencio
cuando se trata de si Girondo o Vallejo
Idiota que se aleja hipersensible de la plebe
de la voz de los parias
Idiota que nunca se quema
incombustible seco putrefacto idiota
Todos idiotas
una población entera de idiotas
con una constitución pro-idiota
de un único artículo (no idiota) que prohíbe
prohibir la proliferación de la idiotez
la idiotez autóctona, plena, sustancial
Ven idiota platónico, dosifica tu idiotez pura,
de alta graduación, al menos con una idiotez atea
Chúpamela entera, así, idiota,
suavemente, idiota
Beberé tu sabiduría hasta su medular idiotez
Seré tu discípulo idiota que aprenderá a disparar
como chorro espermático copulante
mi idiota vena poética auténtica
ni clonada ni plagiada
es decir siempre idiota
pero idiota recensionado al fin
Idiota afectado, libidinoso, mujeriego, con auto
o en colectivo, idiota de gran futuro, idiota fotografiado,
perseguido, acosado, fotocopiado, editado, comentado,
envidiado, odiado, idiota-idiota
o en la frontera de la idiotez, sentado
sobre el bordillo de la marginalia y tu amante
inficcionada por los oídos con el canto de sirenitas
homéricas de un idiota humanista,
tu pobre, culona e indefensa amante
Muéstrame idiota el camino idiota
Prepárame idiota para una existencia idiota
Sí, idiota, sabemos de la actualidad
de idiotas caribeños, idiotas negros, idiotas criollos, etc.,
aun de la hermanita pequeña del gran idiota
por qué no un non plus ultra de la idiotez local
Sí, acepto tu copa de vino
Inclino la cabeza, servil, ante tu idiota
bendición iniciática
Yes, quiero ser un idiota paraguayo.

15 julio, 2006

Dandy ante el vértigo


Antes que nada agradezco sinceramente a nuestro anfitrión por haberme invitado a hablar de la banda sonora de este libro singular. La música que, a lo largo de estos años, le serviría como telón de fondo.
Cristino nació el mismo año que yo, 1967, vale decir, un año después de Blow Up, cinco después del Dr. No, apenas unos meses antes de La Fiesta Inolvidable, el mismo año del estreno de Casino Royale, y tres antes de La Pantera Rosa. ¿Qué tienen en común estas películas? Soundtracks de easy listening, personajes (en su mayoría encarnaciones de jet setters transnochados y dandies decadentes), lugares de excesos y de ensueño al mismo tiempo, representaciones elocuentes de aquella Dolce Vita de posguerra, breve e intensa, que apareció en las postrimerías de la década del cincuenta y se perdió para siempre en algún momento de la década del 70. Y si bien es cierto que nuestra generación es hija de los Beatles y de los Stones, no es menos cierto que también lo somos de aquella melodía anestésica e inconsecuente que salía del flamante estéreo empotrado en el living room ―decorado con souvenirs de viajes, cortinas psicodélicas o chucherías de porcelana adquiridas en Ñaró― y llenaba de manera anodina a todos los rincones de la casa, volviendo aún más soporíferas a las calurosas mañanas domingueras de ventilador verde agua, persianas americanas y una existencia leve que transcurría entre ocho milímetros. Años más tarde, Brian Eno reformularía a la música funcional en aquel disco seminal llamado Ambient: Music For Airports, el mismo que ahora nos sirve como cortina.
Pero 1967 también dio a luz a otro album fundamental para esta historia de la música: The Velvet Underground & Nico, el disco que cambiaría para siempre la cara del rock, un interminable viaje al fin de la noche, un descenso en espiral a los infiernos de la condición humana y semilla de casi todo lo mejor que escuchariamos en los ultimos 30 años.
La adolescencia llega a principios de los 80, con la New Wave y la MTV. Al mismo tiempo que mi generación intentaba desembarcar como piratas a las fiestas quinceañeras para comer hamburguesas gratis y planchar al ritmo de los últimos suspiros de la música disco o el pop descartable de las FM’s, desembarcaban en Europa los integrantes el mítico grupo australiano Birthday Party, con su punk hiriente de junkyards y vidrios rotos. El vocalista de la banda, Nick Cave, una noche encerrado en su habitación de hotel, entre el fin de un concierto y su habitual shot de heroína, asiste a un acontecimiento televisivo: “La primera vez que vi a Einsturzende Neubauten fue en la televisión holandesa. Era el año 1982. Mi grupo de entonces ―los Birthday Party― estaba dando una serie de conciertos en Holanda, y era hacia el final de la gira –todos estábamos al borde de la muerte. Yo bajaba por la escalera de nuestro humilde pero servicial hotel, cuando un misterioso e hipnótico sonido llegó flotando desde la sala de la televisión, insidiosamente seductor, irresistiblemente triste. Me sentí atraído por esos siniestros compases y, mientras entraba a la sala de la televisión, todas las nociones de música que había considerado tan preciosas hasta entonces fueron borradas ―en su totalidad― por lo que vi en la pantalla”. Así comienza ese maravilloso ensayo “Cardos en el alma” que Cave escribiera sobre esta rarísima avis de la música contemporánea que es Neubauten.
La otra noche en casa, entre cervezas y tequila, coincidíamos con Cristino en lo importante que sería para nosotros el descubrimiento, diez años después, de todos estos grupos de la llamada No Wave. Porque su música, haría tabula rasa de todas nuestras nociones de música que habíamos considerado tan preciosas hasta entonces.

Texto de presentación de:
Fredi Casco
poeta, fotógrafo, videasta, y artista visual.

Génesis de una quijotada

Jakembó editores empezó sus actividades inaugurando su colección de poesía Theis moira con el libro Dandy ante el vértigo, del poeta Cristino Bogado, en noviembre del 2004, y su colección de narrativa Ñe’ereí (en guaraní, fabulación, mentira, delirio, ficción) con el lanzamiento del libro de Javier Viveros la luz marchita, en agosto de 2005, y prevé, para inicios del 2006, la apertura de su colección de ensayo Bestias-oráculos (nombre que alude y homenajea al dandy y anarquista español Rafael Barret) con la edición del texto de reflexión filosófica sobre temas de arte y estética El comienzo de lo terrible, de Montserrat Álvarez. Hoy se complace en presentar al público peruano (la presentación al público paraguayo está prevista para el viernes 30 del corriente) el poemario Heautontimoroumenos, de Miguel Ildefonso. A riesgo de pecar de inmodestia, debemos decir que la vitalidad actual y en franca progresión de nuestra joven editorial se evidencia con la abundante agenda de futuras publicaciones, pues están en preparación los números 3 y 4 de su colección de poesía, dos libros del poeta asunceno Joaquín Morales: música ficta y Hurras a Bizancio, los cuales serán lanzados el ya mencionado día 30 de diciembre conjuntamente con este libro de Miguel Ildefonso, y en enero del 2006 se presentará La conspiración de los ginecólogos, de Jorge Kanese, así como alguna sorpresilla nuevamente por el lado de Lima, acaso ―así lo esperamos— un libro del talentoso autor de Arquitectura del espanto, el poeta Domingo de Ramos, y, dentro de ese mismo 2006 de inminente inicio, un ensayo del filósofo, poeta y aforismólogo mexicano Luigi Amara, además de estar prevista la apertura de una nueva colección de Jakembó dedicada a textos colectivos que llevará el nombre de Fuera de la grey y cuyo primer título recogerá las conferencias impartidas por jóvenes filósofos locales durante la Semana del Pensamiento Alemán de la Universidad Iberoamericana de Asunción en noviembre de este año 2005. El nombre de Jakembó para una editorial dedicada a la literatura, en sus modalidades de poesía, ensayo, narrativa, textos colectivos de reflexión y creación y traducciones, implica un desafío y una denuncia en su posible error ortográfico. Dado que la escritura del guaraní nunca se ha estandarizado, esa adopción de la “j” en vez de la más usual “h” manifiesta la indeterminación de la realidad paraguaya. Para el logotipo de la colección Theis moira se ha recurrido a una reproducción de la placa de arcilla mesopotámica recientemente expuesta en el Museo Británico que representa a la Reina de la Noche, la Lilith legendaria de los textos judíos, especie de Afrodita maléfica sumero-acadia rodeada por su guardia de corps de lechuzas, cuyas garras y alas ella misma posee, y cánidos felínicos vagamente leoninos. En cuanto al logotipo de la colección Ñe’ereí, es un apyka (en guaraní, silla, banco, asiento) zooomorfo de los mbya-guaraní. Su elección fue impulsada por la definición de Bartomeu Meliá de esta silla como “el acto místico por el cual el chamán guaraní, en su sueño, recibe la palabra que se da asiento en él; el chamán sentado en su banco ritual, en su ‘tigre’ de cedro, queda preñado de una palabra que es concebida, es engendrada y nace como lo haría un ser humano”. No hemos podido resistir la tentación de darle a esa visión religiosa un pequeño toque irónico, juguetón, en un ámbito por demás solemne: el nombre elegido para la colección, Ñe’ẽrei, indicador de que en la palabra sagrada hay un punto de inflexión en el que olvida su seriedad primigenia y la destruye, operación esencial para que el lenguaje recomience, con más frescura y pureza “sagrada”, dentro de los parámetros del nihilismo contemporáneo. Por el contrario, Theis moira, nombre de su colección de poesía, sitúa la palabra poética dentro del ámbito sagrado que le asigna el Platón menos frecuentado dentro de los ámbitos académicos, es decir, no el Platón que expulsa a los poetas de su polis utópica sino el que transmite una visión mística del arte. Jakembó editores, que tendrá en breve su propio sitio web, tiene interés en creaciones inéditas; los autores que deseen contactar con Jakembó editores para fines de publicación pueden dirigirse a la dirección electrónica jakemboeditores@gmail.com. Diversas posturas y opiniones de los editores sobre literatura y otras áreas de pensamiento, creación y cultura en general están expuestas en el sitio on line http://kurupi.blogspot.com. Jakembó, palabra que en el yopará (híbrido urbano de español y guaraní) del Paraguay designa el juego infantil de azar conocido en Perú como “yankempó”, en Inglaterra como “paper, rock & scissors,” y en Alemania como “schnik, schnack, schnuk”, quiere apostar por la creación de calidad y mérito de todos los países de habla española y aspira a constituirse en vehículo de conocimiento y comunicación entre los escritores de Paraguay y los del resto del continente. Jakembó presenta con orgullo esta noche el libro Heautontimoroumenos de Miguel Ildefonso, a quien se complace de incluir en su joven catálogo de autores, ante el público peruano, y saluda a los amigos lectores de Lima con un guaranítico y muy cordial maiteí, palabra que entre nosotros quiere decir “saludos”, y quienes trabajamos en Jakembó alzamos desde la ciudad de Asunción con mucha alegría una copa de caña paraguaya y otra de pisco peruano en un brindis con Miguel y todos los amigos de Lima que anula las distancias del espacio geográfico del mundo físico y nos reúne con ellos en el espacio inmaterial de la literatura del futuro.